El Efecto Espectador, o cómo la multitud nos convierte en seres indiferentes.

La madrugada es fría, los solitarios pasos de una joven rompen el silencio de la oscuridad en un barrio de Queens, Nueva York; detrás de ella, más sigilosos, le siguen los pasos de alguien más…

El nombre de la joven es Kitty Genovese y lo que le ocurrió es el resultado de un fenómeno social cuyo origen se puede especular tan antiguo como la humanidad misma, pero saltó al debate público y estudio de la psicología social a raíz del trágico evento ocurrido en 1964.

La mujer, de 28 años, fue asesinada afuera de su propia casa por un hombre frente a la presencia de una multitud de poco menos de 40 personas, quienes se limitaron a observar el hecho en completa inactividad.

El ataque duró cerca de media hora, tiempo en que la mujer fue asaltada y atacada, tiempo en el que ninguno de los presentes mostró la intención de ayudar a pesar de los gritos de auxilio de la mujer, cuando al fin alguien llamó a la policía ya era demasiado tarde.

¿Por qué nadie ayudó a la mujer mientras transcurría el ataque?, ¿Por qué, siendo la masa de testigos mayor en número, se contuvo de actuar dejando incluso de lado la relación empática de vecinos? La respuesta está en el concepto que explica la dispersión de la responsabilidad entre los testigos de una situación social comprometedora: el efecto espectador.

El Fenómeno

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El efecto espectador intenta explicar el comportamiento social de un grupo de personas que se puede resumir en el siguiente concepto:

“A mayor número de espectadores observando a alguien en peligro, menos es la probabilidad de que alguien se responsabilice y ayude a la víctima.”

Un estudio publicado en 1968 en el “Journal of Personality and Social Psychology” demostró de forma estadística el resultado de un experimento en el cual se expuso a un grupo de individuos a determinadas situaciones de riesgo en el que una persona corría peligro.

Esto arrojó un 85% de probabilidad de que el testigo reaccionara en apoyo si esta era la único testigo, el margen se redujo a un 62% cuando el número de presentes aumentó a 2, y de 3 personas en adelante, el peso de la responsabilidad descendió a un 31%.

Ahora, es fácil culpar al espectador por indiferencia ante su actuación como parte de una sociedad masiva, pero cabe mencionar que esta reacción  es más compleja de lo que parece.

Existen muchos factores involucrados que van desde la cultura, el entorno y los valores morales, hasta el tema legal de la situación, como el no querer involucrarse en un acto violento por temor a represalias, y a que la misma sociedad no actúe tal como él lo está haciendo.

Investigadores atribuyen este fenómeno como una sobrecarga de información en el que los factores antes mencionados terminan por confundir al espectador, dando como resultado el bloqueo mental y por ende, el no saber cómo actuar. Otros lo relacionan con la responsabilidad que cada individuo siente, mientras más gente esté presente, la responsabilidad disminuye al tener la creencia de que alguien más intervendrá.

El aspecto moral juega un papel importante en este fenómeno, según el estudio, las personas tienden a evaluar estas situaciones en diversos factores morales como el juicio: de si la persona necesita o no la ayuda, la valoración de nuestra competencia para brindar la ayuda que se necesita o la empatía hacia la misma, si nos sentimos identificados o la victima tiene algún parentesco con nosotros, la probabilidad de actuar aumenta.

Así como un planteamiento de causa-efecto” que depende del beneficio que podamos obtener al involucrarnos, ya sea donde podemos retomar el concepto del temor a represalias o a la desaprobación de la sociedad, así como el bienestar moral que obtengamos al brindar apoyo.

Otras teorías

Otra explicación interesante es el síndrome de conformidad social, donde un grupo social seguirá un patrón previamente establecido sin preguntarse el verdadero origen de la misma; si la víctima es ignorada por la sociedad, es bastante probable que el resto haga lo mismo.

Es importante mencionar que este fenómeno social no solo se limita a emergencias de vida o muerte, donde más de uno afirmaría ser capaz de hace algo al respecto, sino que también es aplicable a situaciones cotidianas por ejemplo, violencia verbal o física (no necesariamente brutal) que nos incomode o en el cual no estemos de acuerdo con él, pero que nadie haga o diga nada para cambiar o detener el acto.

En el momento que presenciamos algo así pero no actuamos por el miedo, la presión social o el actuar general de la masa, estamos cayendo en el efecto espectador. Es sencillo de forma verbal afirmar que no permitiríamos que eso ocurra, pero al estar frente a una situación así, es muy probable que no se actúe como se desearía hacerlo.

Hoy en día la historia de Kitty Genovese está en duda, nuevos análisis del tema podrían dar una visión distinta del suceso tal como pasó, pero lo que queda inamovible es el hecho de que este tipo de situaciones no está exento a suceder y que gracias a este se diera el detonante para poner en evidencia una parte más de la naturaleza humana.

La cura contra la indiferencia

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Ante tal estudio y explicación del fenómeno que se expone como propio de la naturaleza humana dentro de un tejido social, cabe hacerse la pregunta, ¿es imposible imponerse ante el efecto espectador?

La respuesta, por fortuna, es no.

Pero para ello es muy necesario hacer un cambio, más que a nivel social, a nivel personal.

  • Ser capaces de reconocer la naturaleza amenazante de una situación.
  • Saber y convencernos que todos los seres humanos somos importantes y por lo tanto, dignos de ayuda.
  • Poner la empatía por delante y ser capaces de ponernos “en los zapatos del otro.”

La parte más complicada es controlar e imponerse ante el miedo, tanto social como personal, dejar de lado el sentimiento de ineptitud ante la situación, cualquier acción, desde apoyar uno mismo hasta llamar a la autoridad correspondiente puede significar un cambio en el efecto espectador.

Lo mejor, hablando dentro del entorno social fuera del personal, es que basta que una persona haga algo o responda de una forma para que el resto de los presentes respondan igual. Lo único que hace falta es que alguien levante la voz y haga la diferencia.

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