Cumbia peruana, bereznianka y el silencio sostenido por nuestras miradas.

 

Aún no me explico cómo llegué aquí. Lo último que recuerdo antes de despertar fue que acababa de tener, probablemente, el peor sexo de mi vida con mi promiscua amiga Laura, la de por el vecindario. Su curvilíneo cuerpo y sus grandes y jugosos pechos no hacían pareja con sus dotes en la cama. Debo decir, y me atrevo, que es un desperdicio de cuerpo. Era como si los suaves y delgados dedos de Beethoven tocaran el piano al más puro ritmo de la cumbia peruana, la misma de la tigresa del Oriente y esas porquerías.

Aún no sé cómo vine a parar a este lugar. La última vez que tuve los ojos abiertos me encontraba disfrutando de un buen vino en compañía de Ivanna, la hermosa  mesera ucraniana con quien, después de un par de tragos,  terminé representando el más puro y fiel estilo de la bereznianka en la cama.

Aún no comprendo cómo sucedió, la última vez que sonreí así fue cuando mi mirada, desafiante y acechadora, logró cruzarse con la tímida e inocente mirada de Luz. Después de ese día no volveríamos a ser los mismos, explotaríamos el arte del amor a los niveles más altos y satisfactorios.

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