Crónicas de una neófita maravillada

Cuando comenzamos desde cero en un nuevo lugar, el primer día siempre nos parece difícil; ser el nuevo, no conocer personas, no ubicarnos en los espacios.. Confunde. Desestabiliza. Da miedo.

Y no es para menos; es normal sentirse perdido al principio. Es la segunda vez en mi vida en la que me encuentro en este tipo de situación: Sola e iniciando una nueva etapa. He adoptado formas totalmente diferentes de manejar la transición y quisiera compartirles la que considero ha sido la mejor.

Me toca vivir sola pero acompañada. No conozco a mi compañera de cuarto, pero soy consciente de que debemos establecer una buena relación porque viviremos juntas por mucho tiempo. Durante el viaje, un mar de preguntas me llena la cabeza, y con él, viene un sinfín de escenarios mentales: ¿será amable? ¿Le disgustará compartir cuarto? ¿Le gusta la compañía o preferirá la soledad? ¿Le caeré bien? ¿Será fiestera o tranquila? Imagino que pasaría en cada una de las posibles respuestas a estas preguntas, y en el camino siento un nudo en el estómago, mezcla de emoción y nervios.

Llego al destino, y me topo con ella. Estamos solas. Es la primera vez que estamos en este lugar, por lo que ambas nos sentimos perdidas. Comenzamos a hablar y sin darnos cuenta encontramos cosas en común que comienzan a establecer un vínculo. No nos conocemos pero hasta ahora únicamente nos tenemos la una a la otra.

Nos  dirigimos a una actividad en la que nos separan; Nuestra alianza contra lo desconocido duró poco. De repente me doy cuenta de que me encuentro en un lugar donde hay más personas que como yo, son nuevas. A mí alrededor veo caras asustadas, caras sonrientes, caras melancólicas. Me siento aliviada, y de cierta forma me relajo. Estoy en un ambiente en el que aun estando a muchos kilómetros de distancia de mi hogar, me siento más en casa que nunca.  Y me dejo ser. Sin máscaras, sin falsas apariencias que me podrían conseguir amigos. Sin seguir la corriente. Soy yo en mi hábitat natural. La yo que habla mucho, la yo que no tiene filtros, la yo que es curiosa y que le gusta saber datos curiosos sobre las personas, y que de igual forma disfruta comentando los suyos.

Cuando me doy cuenta, me encuentro en una mesa conversando muy jovialmente con un grupo de personas. He creado vínculos. Están en su etapa inicial, pero siento que van a florecer pronto.

Y pasan los días. Esas personas con las que conviví el primer día se convierten en un grupo de amigos, al cual le gusta experimentar, explorar y convivir. Nos perdemos juntos, vamos al cine juntos, nos reímos juntos. También lloramos juntos, y aun sin llevar tanto conociéndonos, se puede sentir el apoyo mutuo entre nosotros. Estar con ellos hace de la nostalgia de extrañar el lugar de procedencia algo distante; un punto perceptible, pero muy lejano.

Lo más maravilloso es la mezcla cultural de la que formamos parte. En momentos como estos comprendo que la diversidad es la clave de la supervivencia humana. Venimos de lugares diferentes; estados o países vecinos, países no tan vecinos, y países que pertenecen a otro continente. La heterogeneidad de nuestra sociedad de convivencia es tan rica que no dejamos de aprender palabras, modismos, formas de ver la vida, tradiciones. Desde las variadas formas de llamar un alimento (la gran diferencia entre torta, pastel, sándwich, pan francés, pasta y empanada), hasta comportamientos machistas o feministas que están gravados en la personalidad de las personas gracias a su nacionalidad. Me doy cuenta de que como cultura hemos cedido gran parte de nuestra esencia a seguir los pasos de otros, por lo que me dispongo a recuperar mis raíces, a romper con esos moldes que hasta ahora la sociedad ha establecido, a desempolvar y profundizar en mi yo mexicana.

En fin, no hay un momento en el que no aprenda culturalmente de estas personas. Y algo importante que cabe mencionar es que entre foráneos existe cierta unión intensificada, ya que nos encontramos todos en la misma situación. Eso hace que este tipo de amistades sean vínculos inquebrantables desde el principio.

Pero más allá de la cultura, encuentro fascinante tanto las cualidades como los defectos de estos amigos. La capacidad de adaptación ha hecho que en muy poco tiempo, y aun sin conocernos totalmente, sintamos que nos conocemos de toda la vida. Y eso me agrada.

Luego llega mi primer día de clases. El primer dia del resto de mi vida. No puedo dormir la noche anterior de la emoción que tengo. Me levanto temprano y le dedico mucho tiempo a arreglarme, no con el fin de verme mejor, sino el de expresar mis sentimientos. Al caminar por los pasillos y cruzar edificio tras edificio, mares de gente pasan al lado de mí. Cada persona constituye un mundo, personalizado y único, y la mezcla del paisaje natural con la hermosura de ese sello de autenticidad de los habitantes de este lugar me hace suspirar. Me detengo por un momento, admiro el panorama, sonrío, cierro los ojos y guardo ese momento por siempre. Nunca estuve más segura de encontrarme en el lugar correcto.

Entro al salón de clase, y siguiendo mis instintos, me pongo a platicar con las personas que estan cerca de mí. La mayoría de la gente es muy abierta, incluso la maestra, que al saber que soy de nuevo ingreso me hace un gesto de bienvenida. Tomo notas sobre la clase, y sin darme cuenta el tiempo se va. Perder la noción del tiempo haciendo algo que te gusta es uno de esos sentimientos placenteros de la vida. Me dirijo hacia mi siguiente clase y repito el proceso. Es un momento de felicidad continuo. Al llegar a mi cuarto, como con mi compañera y nos contamos emocionadamente cómo nos fue en nuestro primer día, tal como los padres lo hacen con los hijos. Estando lejos, valoro por primera vez ese constante “¿Cómo te fue?” que siempre he contestado con el mismo “bien”.

Al día siguiente, tengo clases diferentes, por lo que es otro primer día. Llego a mi primera clase y me topo con dos niñas, comenzamos a platicar y nos damos cuenta de que estudiamos la misma carrera. Y no sólo me hacen sentir identificada, también me integran a su grupo de amigas y pasamos el resto del día juntas. Les interesa saber sobre mi vida, al igual que a mí sobre la suya, y como tenemos varias cosas en común, muy pronto nos ponemos al corriente con todos los años que llevamos de no conocernos. Incluso salimos de fiesta pocos días después. Estamos en el mismo canal, por lo que nos divertimos mucho.

Una de ellas me confiesa que al principio sólo me habló porque como yo, ella también fue foránea y nueva, y le hubiera gustado que alguien llegara y le ofreciera su amistad, que le ayudara con esa transición por la que estaba pasando, que formara parte de su nueva vida. Me siento agradecida de poder contar con gente como ella, se lo hago saber y después seguimos chismeando mientras vamos por un té.

Por una semana, cada día es mi primer día. Conozco a diferentes personas, vivo diferentes experiencias, y conforme pasan los días me doy cuenta de que nunca va a haber un día en el que deje de conocer o de experimentar a alguien o algo diferente. Es imposible. Tampoco habrá un día en el que no me detenga a admirar por lo menos una vez el momento, el lugar o el tiempo en el que me encuentro. Es imposible, tan imposible como que deje de suspirar cada vez que lo hago.

Y de pronto me encuentro en un sillón, narrando estos acontecimientos, con unas quesadillas y una taza de té. En el transcurso de estas líneas he llorado, he reído, y sobre todo, me he sentido agradecida. Esa es la palabra que puede describir como me siento en este momento: agradecida.

Es totalmente normal sentirse abrumado y perdido al inicio de nuevos ciclos. Los cambios, por más simples o radicales que sean, no dejan de ser cambios. Construimos nuevas rutinas, creamos nuevos hogares, escribimos nuevas historias. Y aunque existan momentos en los que la nostalgia se quiera apoderar de nosotros y nos incite a dejar todo y regresar, debemos de detenernos y admirar por un instante en donde nos encontramos. Haciéndolo nos daremos cuenta de que la distancia y los cambios valen la pena, y que por más que cuesten, es nuestro momento, son nuestras decisiones y es nuestra vida. Tenemos la oportunidad de encontrarnos en ese contexto por alguna razón, y no podemos hacer algo mejor que agradecer, aprovechar al máximo, sacar provecho de todo, dejarse ser y disfrutar.

Y en ese instante, liberaremos el suspiro de plenitud.

kalot suspiro

Total
0
Shares

Deja un comentario

Related Posts
Total
0
Share