[dropcap size=small]U[/dropcap]no de los casos más comunes entre las personas es el querer vivir a destiempo, de niños queremos ser grandes y de grandes queremos ser niños, nunca estamos conformes con lo que queremos ser o lo que somos y esto nos causa muchos conflictos durante nuestras vidas.
Películas como “Quisiera Ser Grande” de Tom Hanks o “Si Yo Tuviera 30” de Jennifer Garner, son un claro ejemplo de lo que es este síndrome emocional: el querer, en sus defecto; saltarnos una etapa muy importante de nuestras vidas.
Me siento identificada ya que por mucho tiempo quise ser grande, tenía curiosidad de saber que significada eso tan extraño de crecer, de que nos dejen de tratar como niños y comencemos a ganar “respeto” de los mayores. De cierta manera la vida de los grandes tiene demasiado misterio, nos parece fascinante el poder que eso representa, aunque cuando crecemos y dejamos de ser niños nos damos cuenta que no es lo más maravilloso del mundo: somos un poco más conscientes de lo que se trata ser grande, y somos sabedores de un terrible mal, existen más obligaciones…
Independientemente de si nos gusten o no las obligaciones, son cosas con las que estamos familiarizados desde que somos chiquitos, solo que al crecer comienzan a llegar más obligaciones y exigencias que exigen un nivel de responsabilidad más grande. Esto es crecer, esto es dejar de ser niños para comenzar a ser grandes, aunque esto no siempre es malo porque nos ayuda a ganar autonomía y a crecer –literalmente- como personas.
Más que nada yo, en lo personal; espero que al crecer pueda ser capaz de recoger los recuerdos y enseñanzas que me dejó mi niñez, cosas que me hicieron o no feliz y que me han hecho quien soy hoy en día; lo mismo de mi adolescencia y de todas las etapas que me faltan pero sobre todo de recordar que la vida pasa muy rápido y que por más que queramos no es algo que podamos rechazar o recuperarla.
Quisiera ser grande, pero solamente para poder mirar atrás y darme cuenta de que todo lo que me pasó tuvo una razón y un objetivo, aquello que me hizo daño me hizo más fuerte, lo que me hacía sentir mal conmigo misma de cierta manera me hizo más inteligente, de llegar al punto en el que seré capaz de entender que las cosas toman tiempo, que las personas no son eternas y que somos pequeños instantes, instantes de felicidad, tristezas y momentos memorables para los que nos rodean.
No todos creen lo mismo, cada día hago más consciencia de que los niños crecen más rápido, es algo así como un mal generacional. Niñas de 13 años que ya se creen grandes –y no, no es como en el chiste que dice que es porque ya tienen bigote- porque creen que todo lo saben, que el mundo está a un sí de distancia, niños que creen que todo lo pueden con tan solo ver a las niñas con ojos coquetos, se están perdiendo la inocencia y las ganas de ese “amor joven”, es un poco irónico considerando que sí son jóvenes, mas son demasiado jóvenes para comprender que es el amor, hasta yo me considero que sigo siendo muy joven para eso.
No hay que vivir con prisa, hay que aprovechar cada etapa de la vida, disfrutar de los momentos que nos son proporcionados en cada una de ellas, me arrepiento de haber querido ser grande cuando no era mi turno, aun ahora cuando estoy en un punto en el que siento que no tengo muchas libertades sé que no debo quejarme o querer saltarme esta etapa. Soy relativamente joven, estoy entre la inmadurez y la realidad y la verdad es que no me arrepiento de nada porque soy feliz.
No me arrepiento de vivir la vida por etapas y espero que ustedes tampoco, hay cosas bellísimas en cada una de las etapas que vivimos durante nuestras vidas y, tomando lo rápido que pasa el tiempo y lo rápido que puede acabar este tiempo que nos es prestado; la decisión más sabia que podemos tomar es disfrutar todo a su tiempo. No hay que desear que el tiempo pase más rápido, porque aunque no lo creamos así es como funciona esto, mejor hay que aprender a sentarse y aprovechar al máximo lo que duren todas y cada una de nuestras etapas.
Y… ¡Corte!
