Hay ciertos hábitos que parecen ir de la mano con crecer: aprender a pedir café sin parecer novato, elegir vuelos con prioridad de abordaje y, por supuesto, tener un plan tarifario. Como si la adultez estuviera certificada por la factura mensual que llega puntualmente, mostrando con orgullo esa combinación de datos, minutos y SMS ilimitados que, siendo sinceros, nadie usa ya.
Durante 20 años, fui fiel a mi plan tarifario de Telcel con la misma devoción con la que uno mantiene la suscripción a Netflix sin saber por qué. Había algo casi romántico en la idea de recibir mi factura cada mes, incluso si llegaba con más sorpresas que el final de una novela turca. Era una relación tóxica, sí, pero cómoda. Hasta que un día, después de ver el cargo por “servicios adicionales”, o el de “fianza anual”, y sentirme estafado como cuando te cobran 50 pesos por el guacamole, decidí cambiar a una línea prepago. Haciendo cuentas, me di cuenta de algo alarmante: estaba pagando más por mi plan que por mi suscripción a Spotify, Netflix, Amazon Prime, Disney+ y un par de caprichos de Uber Eats juntos.
Fue en ese momento cuando entendí que había caído en el mito moderno del status tarifario: la creencia de que pagar más te da más. Y, francamente, ese mito se desmorona tan rápido como los propósitos de Año Nuevo.
Y, honestamente, no sé cómo no lo hice antes.
La ilusión del plan post pago: más status que utilidad
Para ser justos, durante muchos años tener un plan post pago sí significaba algo. Era la versión moderna de traer el coche más nuevo o el reloj que solo compran los que no preguntan precios. La promesa de minutos y datos ilimitados sonaba irresistible, como esos menús de degustación en restaurantes fancy donde pagas una fortuna por platos que parecen obras de arte minimalista.
Pero con el tiempo, mantener ese plan se volvió tan absurdo como seguir pagando por el cable cuando ya tienes todas las plataformas de streaming. Porque seamos honestos: hoy en día, nadie llama. Si acaso, mandas un WhatsApp o un audio de tres minutos cuando el chisme lo amerita.
Lo peor es que los contratos post pago son como esos gimnasios premium: te venden la ilusión de que lo necesitas, aunque en el fondo sabes que lo usas menos de lo que deberías. Pagar religiosamente mes tras mes por gigas que caducan, por minutos que nadie usa y por servicios que parecen haber sido diseñados para 2010, cuando tener BlackBerry aún era cool.
La revelación prepago: el lujo de elegir sin ataduras
El día que decidí investigar sobre las líneas prepago, me sentí como esos millonarios que descubren que hay un vuelo comercial más cómodo que su jet privado. La oferta actual es tan amplia y sofisticada que hasta me sentí culpable de haber pagado tanto tiempo de más. Los paquetes prepago actuales son como esos brunch de fin de semana: pagas lo justo y obtienes justo lo que quieres, sin cargos ocultos ni contratos forzosos.
El cambio a una línea prepago fue como pasar de un hotel cinco estrellas con cargos sorpresas a un Airbnb con todas las comodidades y sin check-out forzoso. Sin mencionar que ahora puedo recargar cuando y como quiera, como quien pide Uber Black solo cuando realmente lo necesita. Ya no hay esa ansiedad de fin de mes al recibir la factura, ni la necesidad de justificar cargos absurdos con la resignación de quien paga por la membresía del gym sin ir desde enero.
El verdadero lujo es la libertad
Hay un malentendido muy común entre los que defendemos —o defendíamos— los planes post pago: pensar que el lujo está en pagar de más. Pero hoy, en la era de los fintech, los startups y el home office, el verdadero lujo es la libertad. La posibilidad de elegir cuánto gastar y cuándo, sin compromisos de dos años, sin letras chiquitas y, sobre todo, sin ejecutivos que parecen vender tiempos compartidos cada vez que llamas para cancelar.
Además, seamos sinceros, con el Wi-Fi omnipresente en cafeterías, oficinas y hasta en el metro, ¿quién necesita tantos datos? La oferta prepago es tan amplia que puedes elegir paquetes según tu estado de ánimo, como quien decide entre sushi o tacos de autor para cenar. Gigas de sobra, redes ilimitadas y, lo más importante, la sensación de que tu dinero está realmente bien invertido.
Un cambio de mentalidad: el status ya no está en pagar de más
Hace unos años, cambiar a prepago habría sido impensable para alguien acostumbrado a pagar planes premium. Era como cambiar el gimnasio boutique por la caminadora de tu edificio. Pero hoy, con tanto acceso a la información y la posibilidad de comparar tarifas en segundos, pagar de más es simplemente eso: pagar de más.
La idea de que lo caro es mejor se cae a pedazos cuando descubres que, con una línea prepago, pagas la mitad y tienes el doble. Y que el verdadero símbolo de status ya no es el plan más caro, sino saber elegir lo que realmente necesitas. Como esos millennials que compran en Uniqlo en lugar de dejar el sueldo en Louis Vuitton.
Conclusión: el futuro es prepago, sin remordimientos
Cambiar a una línea prepago después de 20 años de plan post pago fue como dejar de pedir el café más caro solo por la marca y descubrir que el de la esquina es igual de bueno. La libertad de recargar cuando quiera, la transparencia de los costos y la posibilidad de gastar menos y obtener más fueron la mejor decisión que he tomado desde que dejé de pagar la suscripción al gimnasio que nunca usaba.
Antes, una de las grandes ventajas de contar con un plan tarifario era el “equipo gratis” que incluían. Hoy, con tantas tiendas en línea o físicas, con miles de opciones y planes de pago, tú puedes escoger el celular que de verdad te gusta y no el que te quieren forzar a contratar. Solo escoge tu cel favorito y métele el chip que quieras.
Así que, si estás leyendo esto y aún dudas, deja que te lo diga sin rodeos: los planes post pago son el último gran mito del status moderno. La verdadera libertad está en elegir, sin compromisos, sin sorpresas y sin pagar de más solo por costumbre.
Porque, al final del día, la vida es demasiado corta para contratos largos. Y como dicen los verdaderos expertos: más vale saldo en mano que plan forzoso volando.
La decisión es tuya. Pero si me preguntas, yo ya no vuelvo a un plan post pago, ni aunque me ofrezcan el doble de datos y una suscripción gratis a Disney+.