Las ventajas de dejarse ser

Un miércoles de enero, llega a la gran ciudad. Muy diferente a su lugar de procedencia, a su cuna, la que la vio crecer. Ha vivido en otras partes del mundo sola, por lo que la idea de independencia no se interpone como un obstáculo en su camino. Pero esta transición es diferente; es definitiva. Este movimiento en el juego de ajedrez humano es la puerta no sólo a la etapa universitaria, sino al resto de su vida. Este es su momento, y lo puede sentir en el aire cambiante que la rodea.

Siendo no foránea sino extranjera, es ajena al comportamiento de los mexicanos, y su forma de ser, sus costumbres y su modus operandi son el producto de sus raíces latinas. Sus ojos perciben al mundo desde una perspectiva completamente diferente, y aunque aparentemente es libre, el comportamiento de la gente de aquí la comprime a veces.

Todas esas marcas características de su nacionalidad causan sensación entre las personas con las que convive. Es muy abierta. Le encanta rumbear. Demuestra seguridad, porte, gracia, diversión. Es todo un enigma. Ante los ojos de los demás, es un tesoro, y este mundo está lleno de cazadores; a través de sus ojos, es un camaleón: una experta en camuflaje, capaz de disuadir a los demás con sus apariencias, cayendo a veces en ellas.

Está decidida a disfrutar su juventud; total, vida solo hay una. En sus metas esta tomar todas las oportunidades que se le presenten, cualquiera que sea el ámbito o la forma, así sea un beneficio o un riesgo, con el mero fin de experimentar y pasar un buen rato. Pero tiene una regla: evitar a toda costa cualquier tipo de compromiso que represente un límite para esas metas libertinas y esa sed de juventud que lleva dentro.

Y no pasa una semana cuando se topa con un extraño con el que sin querer se vincula. Empiezan a hablar, y los dos se gustan. En el arte del coqueteo ella es una experta y cautiva al hombre, teniendo en mente siempre que esa relación solo debe dar para encuentros casuales divertidos. El hombre, al darse cuenta cual es la posición de ella en torno a lo que se dio entre ellos, le asegura tener las mismas metas libertinas sin afán de ataduras, por lo que acepta no tener una relación fija.

Lo que ninguno de los dos sabe es que ambos se encuentran frente a un obstáculo en esas metas tan fijadas que tienen; él, porque aunque al principio no tenía intenciones de embarcarse en una relación debido al fracaso de todas las anteriores, simplemente quedó cautivado por ella, que no solo cambió su forma de ver el amor por habérsele presentado como el enigma que es, también porque se llevó sin previo aviso y de una todo ese miedo que lo había retraído de las relaciones y lo había enredado en una serie de interacciones breves y vacías que sólo lo satisfacían físicamente por unos instantes. Él esta dispuesto a adoptar cualquier estrategia con tal de conseguir entablar algo serio con ella, porque la ve con los ojos del corazón.

Ella está ante un caso más complicado; lo supo desde el momento en el que interactuaron por primera vez. Las chispas existieron desde el principio, pero ella rápidamente extinguió el fuego interno y camuflajeó la situación, ante sus ojos y ante los de él, para que nadie se diera cuenta de ese sentimiento nuevo y desafiante que la envolvió. Ese hombre había sido capaz de debilitar el candado que encerraba su yo interno, quien tuvo la oportunidad de escapar por un momento y le hizo disfrutar los instantes compartidos con él. Aunque había logrado encerrarse, el escenario presentaba un giro radical: había sido libre por unos instantes,  y él lo había contribuido a esa fuga.

Es esta disyuntiva lo que me ha llevado a reflexionar: ¿Cuál es la necesidad de construir un muro de resistencia entre lo que deseamos y nosotros mismos? ¿Es miedo? ¿Miedo quizás a no poder controlar nuestras emociones, a dar más de lo que posiblemente recibamos, a perder nuestra identidad en proceso, a caer en la rutina y darnos cuenta cuando ya es demasiado tarde para salvar la relación,  a salir lastimados en el proceso?

Para empezar, todas las opciones son posibles. Sí, efectivamente en las relaciones siempre habrá alguien que quiera más, pero en el amor, a diferencia de otros aspectos de la vida, la calidad siempre tendrá más relevancia que la cantidad, y cuando se ama de verdad, damos por el hecho de compartir con el ser querido todo lo que somos, lo que sentimos y lo que tenemos, no por el afán de recibir amor a cambio; en tal caso estaríamos embarcándonos en una relación en búsqueda del amor que no recibimos de fuentes primordiales y sin el cual ninguna relación estaría bien sustentada para funcionar: el amor propio.

Si, eventualmente seremos lastimados en el proceso, y lastimaremos a la otra persona también. Ya sea mediante pequeñas acciones, mediante errores, por nuestra forma de ser, intencionalmente o como daño colateral; de cualquier forma y múltiples veces. Es inevitable. Desde el momento en el que establecemos un vínculo con alguien más somos conscientes de esta verdad, porque el amor sin desamor, sea el tipo de amor que sea, no existe; no sería genuino, no valdría la pena. Es la mezcla de las alegrías, las penas y los momentos compartidos lo que va forjando y fortificando el vínculo establecido. El sufrimiento es inevitable y necesario, y no de manera masoquista, sino de forma constructivista, y sólo viéndolo a través de una perspectiva optimista en la que obtenemos lo mejor y lo benéfico de cada situación es cómo podemos eliminar ese miedo. Aprendemos a agradecer ese sufrimiento y a salir adelante, a veces de la mano de la otra persona, a veces solos, pero siempre con la cabeza en alto, con lecciones aprendidas y listas para emprender de nuevo nuestro camino

Si, al enamorarnos soltamos las riendas de nuestra carroza, no para que alguien más guie el camino, sino para compartir la conducción; dejamos de tener el control sobre la situación. Ese es el problema del que todos los seres humanos somos víctimas, y del que sólo se puede salir fortaleciendo la inteligencia emocional: el miedo a dejarse ser.

Dejarse ser es muy difícil, porque implica dar un golpe de estado a esa dictadura interna en la que somos dictador y sometido, y que instituimos dentro de nosotros como respuesta ante el miedo; es la forma en la que enjaulamos a esa “bestia indomable, mítica y desconocida” que es nuestro verdadero ser, nuestro yo núcleo. Y las cosas simplemente no pueden fluir si no desencadenamos a esa bestia, porque siempre vamos a estar deteniéndonos y limitando nuestras acciones, bloqueando nuestros sentimientos, cegando nuestros pensamientos.

Somos mucho más grandes de lo que consideramos. Aparentando, somos sólo superficie; Nuestro verdadero ser se deja ver en momentos aleatorios y de formas esporádicas. Se asoma cuando nuestro yo cuerpo se siente en confianza, se relaja, se libera. Cuando cantamos en el baño, cuando sonreímos sin pensarlo, cuando sentimos un nudo en el estómago al ser espectadores de alguna escena de injusticia, cuando se nos sale una lágrima en las películas, cuando hacemos una buena acción. Es cuando experimentamos estos momentos en los que nos damos cuenta de que nuestra magnitud es mayor que nuestra fuerza, y que como si la dejáramos ser probablemente no seríamos aceptados de la manera en la que lo somos en la sociedad o nos volveríamos más vulnerables, debemos bloquearnos rápidamente y continuar aparentando.

Es importante mencionar que dado que tendemos a estar reteniendo nuestro ser de forma ininterrumpida, incluso estando solos podemos no dejarnos ser; aun cuando no hay más testigo que nosotros, seguimos al pie del cañón y mantenemos esa fortaleza, esa necedad. Podemos ser buenos soldados, y estamos adiestrados para implementar sobre nuestros derechos, nuestros deseos y nuestras pasiones los métodos de violencia, tortura y opresión más avanzados que existen.

Y que obtenemos al final siguiendo este patrón de comportamiento? Primero, vivir una vida a medias; cada acción que realizamos lleva solo una pequeña parte de nosotros, y si nos dejáramos ser, las acciones se verían explotadas y rendirían más. Segundo, somos jueces tan críticos sobre nosotros mismos, que al no dejarnos fluir y compararnos tanto con los demás, al buscar la aparente felicidad a través de la imitación, al criticar cada paso que damos, lo que somos o lo que hacemos, nos grabamos dentro una idea de que somos seres inferiores, incapaces de merecer y de obtener la felicidad per se, y por tanto, mendigamos amor de forma superficial en los demás, llevando desde un principio cada relación que establezcamos a la quiebra.

Esa incapacidad de amor propio que deriva en la búsqueda de amor en los demás, ya sea mediante la necesidad de tener una pareja, aun si ha de ser de modo forzado, o por el contrario, mediante el vivir la vida sin ataduras por el simple hecho de experimentar momentos esporádicos de éxtasis y felicidad, es el resultado de ese miedo a dejarnos ser. Es el muro que con nuestra cobardía vamos construyendo y al que le invertimos más y más, y que por más contacto que tengamos con los demás, solo nos irá aislando del mundo y no traerá más que agonía y soledad en el transcurso.

La única forma de superar este miedo es, como con cualquier otro, exponiéndolos ante él; rebelándonos ante él. Desencadenando a la bestia. La simple idea libera adrenalina por todo el cuerpo. ¿Puede que resulte contraproducente al principio? Sí, porque no podemos controlar algo que no conocemos. ¿Puede resultar difícil hacerlo? Sí, porque una cosa es decidirse y otra cosa es actuar. ¿Este cambio se da de la noche a la mañana? Por supuesto que no. Debemos de dar pequeños pasos y tener mucha paciencia, pero sobre todo, convicción. Una vez que nos permitimos dejarnos ser, ya no hay vuelta atrás y no hay forma de dejar el trabajo a medias.

¿Vale la pena? Definitivamente. Es un arduo trabajo interno, que si se desarrolla con el tiempo y la dedicación requerida, traerá cambios inimaginables a nuestras vidas. Podremos ver la vida desde otros ojos; desde unos ojos abiertos. Podremos percibir al máximo cada sensación con nuestros sentidos, experimentar en otro nivel. Descubriremos formas de amar, de disfrutar, de ser felices, que incluso bajo los efectos de las sustancias estupefacientes más fuertes no experimentaríamos.

Empezaremos a vivir.

Los compromisos, al contrario de lo que se piensa, no atan: liberan. Liberan a nuestro ser, nos hacen disfrutar de la vida, incluso más que cuando no existen. Representan saltar al vacío, sin paracaídas. Es dejarse llevar por la adrenalina sin mirar atrás ni pensarlo de más. Es indispensable que establezcamos el compromiso interno primero, porque una vez que lo hacemos, se nos abrirán las puertas de un mundo en el que cada riesgo y cada oportunidad que se nos presente valdrá verdaderamente la pena, por más loco o sensato que parezca, y es entonces cuando podremos disfrutar plenamente, en todos los aspectos y sin límites del compromiso que resulte de cualquier relación que brote con otra persona.

derribar kalot

Cambio y fuera.

Total
0
Shares

Deja un comentario

Related Posts
Total
0
Share