Omo Child: modificando tradiciones, salvando vidas.

Una mujer dando a luz a un varón se ve a lo lejos. El clima árido y el polvo que es levantado del suelo y viaja al compás del viento no permite percibir a detalle el milagro de la vida. Lale se encuentra en el camino de regreso a casa; ha caminado casi 65 kilómetros durante varios días, y se encuentra listo para unas merecidas vacaciones después de un ciclo escolar más. La palabra educación no existe en el dialecto de su tribu, los Kara; es más, su tribu no cuenta con un lenguaje escrito, ni con acceso a agua potable o a servicios médicos, por lo que el acceso a la educación es inconcebible. Siendo el primer integrante en la historia de su tribu en recibir educación, gracias a la labor de convencimiento de un  grupo de misioneros suecos sobre su padre, Lale es el único habitante del Valle del río Omo que tiene una perspectiva “diferente” de la vida, perspectiva que le permite ver más allá de las supersticiones, el politeísmo o las dotes. Lale concibe un mundo en el que existe una meta más compleja que nacer, trabajar, reproducirse y morir.

Cruza por el camino de tierra al tiempo en el que el varón da el llanto de iniciación al mundo; a corta distancia, le es posible admirar de cerca tan increíble espectáculo. Sin embargo, la obra se convierte en tragedia cuando el recién nacido es arrebatado de los brazos de su madre por el grupo de “elders” (los líderes de la tribu); la madre se queda tirada en el suelo, sola y llorando, y Lale decide seguir a los elders para saber qué es lo que harán con el niño. Llegan al río Omo, donde ahogan al recién nacido, y dejan el pequeño cuerpo abandonado. El homicidio de la criatura es demasiado para un Lale de 15 años, quien en medio de las lágrimas, corre a su casa y le cuenta a su madre lo sucedido.

Lale puede ver lágrimas queriendo brotar de los ojos de su madre, quien hace un gran esfuerzo por mantener la compostura y le pide que olvide el suceso porque es muy joven todavía para entender lo sucedido. El insiste hasta que su madre le confiesa, esta vez dejando salir las lágrimas, que antes de nacer tuvo dos hermanas mayores, ambas asesinadas de bebés por ser declaradas como “mingi”, o malditas. Continúa explicándole que los niños que son considerados como mingi deben de ser asesinados desde pequeños, porque de lo contrario traerían hambrunas, sequías, enfermedades y cualquier tipo de maldición que afectaría a la familia y a la tribu en general.

El muchacho, que cuenta con las bases necesarias para saber que nadie tiene el derecho a privar de la vida a otro ser humano, no puede comprender como este tipo de brutalidades pueden ser cometidas, peor aún, permitidas, en el siglo XXI. La educación con la que cuenta, el contraste de las dos vidas en las que ha podido desarrollarse, junto con este episodio y el descubrimiento de la existencia y la fatalidad de la que fueron víctimas sus hermanas, lo impactan de tal manera que decide dedicarse a abolir esta tradición cueste lo que cueste de todas las tribus que la practiquen, así como rescatar desde ese día en adelante a todos los infantes que sean considerados mingi.

Pero antes de comenzar su misión debe de contar con todo el conocimiento posible sobre dicha práctica. ¿Cómo se puede catalogar a un infante como mingi? Si al bebé le brotan primero los dientes de la mandíbula superior y no los de la inferior, si durante la infancia se le rompe un diente, si es concebido fuera del matrimonio, si al dar a luz la madre concibe gemelos o si la pareja no recibe las tres bendiciones requeridas para poder tener hijos, el infante está condenado a la muerte.

En segunda instancia, quizás más dolorosa de imaginar que la primera, requiere saber cuáles son las formas en las que los mingi son asesinados; su madre termina por confesarle que en muchos casos, los infantes son ahogados en el río, o abandonados en un arbusto en medio de la nada, sin agua, comida, o protección ante el devastador clima o lo animales salvajes. En otros casos, se les lleva a algún lugar igualmente lejano y se les llenan la boca de tierra hasta que dejen de respirar, y sus cadáveres son abandonados en medio de la nada.

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 Un lugar fuera de lo normal

No por nada el valle del río Omo es considerado como “la última frontera de África”; es un lugar tan remoto y olvidado, que recibir apoyo externo es casi imposible, y los únicos que son capaces de subsistir en el son las tribus que han vivido ahí desde hace siglos, y como todas practican el “mingi”, es perfectamente normal que se encuentren a niños abandonados y a punto de morir, y que los dejen a su suerte en lugar de rescatarlos, porque saben la peculiaridad de estos niños y están convencidos de que rescatarlos implicaría auto-maldecirse.

Lale no cree en esa falacia. No puede, ya que sabe que no existe un fundamento lógico que logre sustentar tal atrocidad. Regresa a concluir sus estudios y durante todo ese tiempo no puede dejar de pensar en el episodio del niño ahogado en el río.

En 2008, regresa a su tribu y logra reunirse con los elders; comienza diciéndoles que son sus padres y los respeta, y que está consciente de las tradiciones únicas y maravillosas que tiene su tribu, como la adoración del cuerpo, los bailes, los rituales con los animales.. Pero matar no es aceptable, y ser mingi es una bendición, no una maldición. Les pide que le permitan llevarse a los mingi fuera de la tribu para poder brindarles una nueva oportunidad de vivir. Durante tres meses se mantiene en reuniones con los elders, y un día uno de sus amigos le avisa que un niño fue abandonado en un arbusto por ser mingi, y Lale y su esposa corren a salvarlo y se lo llevan a vivir con ellos a su casa, localizada en Jinka, fuera del territorio de la tribu.

Lale pide ayuda a compañeros de todos lados del mundo para continuar con las labores de rescate, y después de rescatar a 6 niños recibe una amenaza de muerte por parte de los elders. Sin embargo, no se da por vencido y continúa su labor, y por años se dedica por completo a las discusiones con los elders.

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Una segunda oportunidad

Después de arduos años de trabajo paralelos a las incesantes pláticas, funda junto con su amigo cercano y fotógrafo reconocido John Rowe, OMO CHILD; esta organización de ayuda humanitaria y sin fines de lucro, presenta una oportunidad de renacimiento para todos los niños mingi de las tribus del Valle del rio Omo.

Provee a dichos niños con un hogar cómodo y seguro, así como con educación, comida, vestido, salud, y un ambiente familiar que les permite crecer y convertirse en los líderes del futuro. Les regresa las alas que de otra forma les hubieran sido arrancadas, y con las cuales podrán despegar y ser libres, y contribuir mediante su ejemplo y su trabajo a un mundo mejor.

EL 14 de Enero de 2012, casi 4 años después de haber comenzado con su labor de rescate y con las pláticas destinadas al exterminio de la práctica mingi, los elders de la tribu Kara deciden hacerle caso a Lale y abolir la práctica mediante un ritual en el cual pidieron perdón a la madre naturaleza por las atrocidades cometidas durante cientos de años por sus ancestros y por ellos mismos, y tras el sacrificio de una oveja en honor de los niños asesinados, pidieron por la bendición de la tribu, y concluyeron con la degustación de la oveja sacrificada.

Cinco minutos después, una tormenta salvaje cayó encima de la tribu. La lluvia posterior a cualquier ritual significa la aprobación por parte de los dioses en la tribu Kara.  Los miembros de la tribu, al igual que Lale y todos los colaboradores de Omo Child, quedaron maravillados.

Fue una señal de cambio, de prosperidad, de esperanza.

Actualmente, 37 niños han sido rescatados por el equipo de Omo Child, y viven felizmente en la casa de esta organización, que se encuentra en Jinka. Estos niños representan la esperanza para su pueblo; son el producto de lo que la convicción y las ganas de cambiar al mundo pueden lograr.

Al ser una organización sin fines de lucro, Omo Child se sustenta por medio de las donaciones y patrocinios, no necesariamente monetarios, que diferentes compañías y gente de todo el mundo realiza. A través de su página web, www.omochild.org,  el visitante puede conocer las historias de vida de cada uno de los niños rescatados, así como la de los voluntarios que trabajan para la organización y los miembros directivos, y puede contribuir de diversas maneras, desde compartiendo la información en redes sociales para dar a conocer la causa, mediante la donación de ciertos dispositivos electrónicos que ya no utilice, realizando donaciones monetarias que contribuyan al desarrollo de los niños, o incluso participando activamente como voluntario.

La abolición de la práctica mingi en la tribu Kara es solo el comienzo del camino de cambio que Lale Labuko y el grupo Omo Child trazaron. Aunque en la actualidad se encuentran en pláticas con los elders de otras tribus del Valle del río Omo, el hecho de que a través de sus acciones hayan logrado modificar las tradiciones de una cultura para salvaguardar la vida y el bienestar de seres humanos demuestra que a pesar de las circunstancias o la aparente imposibilidad de un mundo mejor, la convicción puede hacer la diferencia. La humanidad no es más que una gran familia, a pesar de las características culturales que nos diferencien, e incluso mediante pequeñas medidas, es nuestro deber el procurar el bienestar de la misma.

Lale Labuko ha contribuido a la humanidad con un gran legado: la lección de vida de que querer es poder, y la convicción no conoce fronteras.

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