Souvenirs

 

Entró al cuarto, se desnudó y posó frente al espejo. «Ésta no soy yo», dijo con voz melancólica y quebradiza. El tiempo había cobrado su factura, obviamente.

Aquella mujer de diecinueve años, fina cintura y pechos firmes no existía más. Frente a ella yacía el cuerpo de una mujer mayor de setenta y tantos años de edad. Esos duros pechos se habían convertido en bolsas flojas, aguadas y colgantes. Su fina cintura y esas curvas sensuales habían ganado tal anchura que ahora parecían un par de paréntesis. En su espalda baja, justo en medio de donde años atrás estuvieron esos atractivos e hipnotizantes hoyuelos, estaba un tatuaje: una mariposa con sus alas abiertas, como si estuviera volando, ¡sinónimo de libertad!

Volteó a su derecha, observó la foto de su amado esposo y su mente fue invadida por viejos recuerdos: souvenirs que atesoraban el instante en que le vio por vez primera, la primera palabra que cruzaron, el momento en que se enamoraron… él en su lecho de muerte.

«No cabe duda que siempre fuiste el amor de mi vida, viejo», pensaba mientras una lágrima que había nacido en sus ojos, iba recorriendo su arrugado rostro hasta morir en su barbilla. «¡Cómo te extraño!».

El tiempo lleva su curso, nunca descansa. Continúa avanzando siempre. La vida nos juega el mismo papel, sólo nos queda recordar los viejos momentos. Es así como podremos vivirlos de nuevo. Es así como engañamos al tiempo.

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