Simón

por Ceci Cuevas

Ahora que soy grande, que ya tengo 12 años, tengo nombre fijo y me gusta: me llamo Simón. Cuando era chiquito me decían de muchas maneras. Mis hermanos y yo vivíamos en la calle. Nacimos cerca de las Lagunas de Zempoala; es un lugar muy bonito, había mucha agua y nos metíamos a nadar, hasta que un día mi mamá ya no regresó, no supimos por qué. Nos costó trabajo seguir juntos y cada quien tomó caminos diferentes.

Yo llegué caminando a Huitzilac y ahí conocí a don Teodoro, que se dedicaba a sacar el aguamiel de los magueyes para hacer pulque; era bueno conmigo y nunca me faltaba comida. Me llevaba a todos lados con él.

Después llegué a Santa María y ahí vivía cerca del mercado; las personas de los puestos a veces me daban algo de comer, mientras yo no molestara. Doña Elo me daba todos los días las tortillas que no vendía.

Luego me fui al centro de Cuernavaca. Llegué por donde está el mercado de La Carolina; siempre buscaba estos lugares porque no faltan las personas buenas que a veces te dan algo de comer.
El clima de Cuernavaca es lo mejor mientras vives en la calle porque las noches cualquier rincón de un parque es bueno para dormir sin que te mueras de frío.
Llegué a conocer el centro muy bien. Ya sabía afuera de cual restaurante me darían la comida que les quedaba, o en qué casa una buena señora me ofrecía agua.
Conocí muy bien Acapatzingo, Amanalco, Tepetates, el mercado López Mateos y la Catedral, enfrente de la cual está el Jardín Borda al que a veces me podía meter sin que me dijeron nada y disfrutaba pasear alrededor de largo y por los jardines.
Me gusta mucho la música porque cuando vivía en el centro de Cuernavaca escuchaba a los mariachis que se ponen frente al Palacio de Cortés y que cantan cuando las personas les piden alguna canción. Me tocó una que otra serenata que me sentaba a disfrutar.
También me gustaba ir al parque de las fuentes danzarinas, en la calle de Atlacomulco, porque la música que ponen es mucho más serena y me gustaba escucharla.

Un día creí que me moría porque no alcancé a atravesar hasta el otro lado de la calle; sentí un golpe muy fuerte que me aventó sin que pudiera hacer nada. Creo que estuve inconsciente algún tiempo porque cuando me atropellaron había luz y me desperté en medio de la oscuridad de la noche. Primero me di cuenta que poco a poco me podía mover; me dolía todo el cuerpo pero logré pararme. Las heridas sanan con el tiempo y eso fue lo que me pasó a mi; al pasar los días pude caminar mejor y me fui curando.

Ya me había acostumbrado a vivir en la calle; como era lo único que conocía, no sabía que hubiera otra opción, hasta que un día una señora me vió. Yo creo que le caí bien desde el primer momento porque todos los días pasaba por el mismo lugar buscándome. Un día se bajó de su coche, abrió la portezuela de atrás y me dijo: si quieres puedes venir conmigo, yo te voy a cuidar y a querer.
Sin pensarlo dos veces me trepé en el coche; sin moverme, esperé a que la señora cerrara mi puerta y se subiera a manejar pidiendo que no se arrepintiera.

Desde entonces tengo casa, comida y, sobretodo, cariño. Ella fue la que me puso Simón y me gusta.

Tuve varios nombres desde chiquito pero ninguno me gustó tanto como el que tengo ahora. Por lo regular me decían Sacatedeaqui o Solovino. Ahora en lugar de sobras me dan croquetas y si me enfermo me llevan al veterinario!

Mi ama me saca a pasear con correa pues ella no sabe que, aunque no me pusiera collar y correa, yo nunca me iría a ningún lado. De todo lo que conocí, vivir con ella es lo mejor que me ha podido pasar.
Simón

Cuento escrito por Beatriz Santamaría (mi mamá).
Publicado en la revista Sendero de Palabras, Publicaciones Manojo de Sueños.
En Cuernavaca, Morelos. México.

compartido por Ceci Cuevas para Kalot México

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