Somos más grandes que el tiempo

Les comparto una historia: Hace unos años conocí a una persona, y al principio me caía tan mal que me irritaba incluso compartir hasta el oxígeno presente en el ambiente con él. Vivía una vida demasiado relajada, donde nada tenía importancia más que la música, donde las cosas relevantes pasaban a último plano, y donde todo era una broma; y aun así, vivía una vida demasiado feliz. ¿Cómo era posible que valiéndole muy poco todo le saliera bien? ¿Por qué se regocijaba incluso en las cosas que lo perjudicaban? ¿Cómo le hacía para tener todo bajo control y a la vez nada claro?

Simplemente me perturbaba su existencia.

Y no tengo la menor idea de que pasó, pero llegamos a un punto en el que nos empezamos a llevar bien; muy bien. Descubrí una perspectiva diferente de él, una en la que nuestras diferencias, en lugar de distanciarnos, se aliaron con nuestras similitudes y nos sincronizaron. Y son ese tipo de momentos en los que sólo sabes que esa persona está destinada a marcar tu vida de una manera importante. No sabes cómo, cuándo, de qué forma o por qué; Lo sientes.

Para cuando me di cuenta de eso, el destino se encargó de separar nuestros caminos. Cada quien siguió con su vida y construyó su mundo, sabiendo que en algún momento esos caminos se volverían a cruzar, porque había todavía mucha historia adelante. Y eventualmente nos encontramos; cada quien viviendo en distintas dimensiones, con caminos salpicados de experiencias diferentes. Teníamos diferentes anécdotas por contar. En el momento en el que nos reencontramos, había tanto que decir, y a la vez tan poco, que con un simple abrazo ese sentimiento de pertenencia regresó a mí.

Las circunstancias nos habían unido pero cada quien debía arreglar los enredos de sus propios mundos primero para poder continuar esa historia; así, aunque éramos las personas correctas en el mismo camino, el timing seguía siendo el erróneo.

Mientras mi mundo era una bola imposible de nudos, la persona fue más hábil y desenredó los suyos primero, y tuvo la paciencia y la empatía para entender lo que representaban mis problemas y para esperar tranquilamente hasta que terminara de desenredarme. Esos enredos sacaron lo mejor y lo peor de mí, y yo descargué mi frustración y mi confusión injustamente en la persona, y en respuesta no hizo algo más que darme mi espacio y no perder la convicción.

Finalmente lo logré, desenredé mi mundo y estaba lista para continuar con la historia, sin darme cuenta de que nunca existió una pausa en ella, y que todo lo que había pasado la había moldeado hasta convertirse en lo que era ahora. Pero en el camino del desenredo, la vida me abrió una gran puerta, y tras ella se encontraba la oportunidad de cumplir uno de mis sueños más anhelados; la cosa era que esa puerta conducía a un lugar lejano y a una vida nueva.

Entonces me salí de mis casillas y pensé que era una mala broma que la vida me estaba jugando. ¿Por qué me tuve que tardar tanto tiempo resolviendo mis problemas? Ahora que ya estaba lista para seguir el camino a su lado, el trayecto unido llegaba a su fin y la bifurcación se encontraba a unos cuantos días de distancia.

Estaba en una encrucijada, en la que vivía muchos momentos increíbles, pero el tiempo no dejaba de escurrirse como se deslizan los granos en los relojes de arena.

Cada vez que convivía con la persona, con cada momento que compartíamos, yo me sentía libre, sentía que pertenecía a ese lugar; Deseaba parar el tiempo y quedarme ahí por siempre, y a la vez ansiaba el momento de mi transición, porque sabía que mis sueños me esperaban.

Sucede que estar enamorado representa vivir en el mundo que creamos junto con la otra persona, un mundo tan perfecto que es imposible de abandonar; nos gustaría poder vivir por siempre ahí porque somos genuinamente felices.

En la vida existe algo llamado “timing”; Podemos encontrar a la persona indicada, en el momento erróneo, a la persona equivocada en el momento correcto, a la persona correcta en el momento indicado, o viceversa; la vida nos pone sobre la mesa un sinfín de posibilidades.

Las posibilidades se me habían presentado, y yo tenía miedo; miedo porque sabía que si me retiraba de la jugada, estaba a tiempo de no sufrir tanto como lo haría si luchaba hasta el final, pero también estaba cometiendo el error de dejar ir momentos y personas invaluables.

Y fue hasta que me percaté de todos los pequeños detalles que formaban cada momento que creábamos juntos, que me di cuenta de lo que en realidad sentía y pude tomar una decisión.

Estar con esa persona sacaba mi lado más genuino, y cada momento era auténtico y tan real, que el resto del mundo se convertía en una visión borrosa e irreal. Lo demás estaba de más.

Tenía la capacidad de desesperarme y de hacerme enojar, pero aun cuando esos sentimientos son negativos, eran gozables; también podía sacarme una sonrisa en el momento más oscuro y a veces sin necesidad de palabras. Incluso me infundía un sentimiento de confianza que me permitía llorar sin medida y sentirme desahogada al hacerlo.

Estando junto a esa persona el tiempo no existía, e incluso perder el tiempo era la acción más productiva que existía, porque la compartíamos.

Los silencios eran igual de cómodos que las palabras. Eran símbolo de tranquilidad.

Incluso nuestros ritmos cardiacos se sincronizaban cuando nos tomábamos de la mano (que aunque probablemente es lo más cursi que alguna vez me haya pasado, sí es posible).

Las barreras de la prudencia, los límites de la pena y las paredes de la timidez no existían, no porque no importara si lo ofendía o no, sino porque no eran necesarias.

No había un día que no aprendiera algo nuevo sobre la vida; era la mejor persona que había conocido. Tan única y tan sabía, y al mismo tiempo tan joven y tan ingenuo. Lo admiraba.

Era el paracaídas que requería para saltar al vacío; no evitaba que lo hiciera, y no me exentaba del peligro, pero me acompañaba durante el trayecto y me mantenía a flote.

Era la mejor versión de mi misma, y no requería esfuerzo alguno para serlo, porque se daba con naturalidad.

Era libre.

 Definitivamente era la persona correcta. Y fueron todos estos detalles, pequeños pero de gran importancia, los que me hicieron comprender que incluso si el amor es en realidad un instante, es un instante eterno; a pesar de que me molestó darme cuenta de que nuestros caminos se habían cruzado solamente por unos instantes para después separarse de nuevo, comprendí que el lapso entre el desenredo de mi mundo y mi transición a la puerta era el timing indicado; Corto, pero correcto. Lo que quedaba por hacer era disfrutar al máximo cada momento que compartiéramos, ocupándonos del presente y desentendiéndonos de la futura e inevitable despedida.

Todo en la vida tiene su tiempo de inicio y también su final. El tiempo, que nos sirve como medida para controlar esos periodos, a veces nos asusta, y nos puede llegar a privar de disfrutar de momentos increíbles e inolvidables, de oportunidades de crecimiento y de personas que son maestros y que nos transmiten su sabiduría.

Podemos hacer de cualquier instante algo eterno, solo es necesario tener el valor de hacerlo, y confiar en que somos más grandes que el tiempo. Al final, lo que sucedió antes o lo que suceda después sale sobrando.

También, una vida en la que los caminos sean rectos y sin giros ni senderos alternos que tomar sería como un árbol sin ramas; No creceríamos ni llegaríamos lejos.

Y las personas correctas no se cruzan con tanta frecuencia ni por mucho tiempo en los senderos de la vida, porque les basta con compartir breves instantes para formar sus caminos y ser felices.

Dejo a su criterio lo que sucedió al final.

kalot firedrich

Cambio y fuera.

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