“¿Por qué?”, “¿Por qué a nosotros?”, “¿Por qué?”.
Las preguntas que retumban en la cabeza después de que nuestro equipo de fútbol pierde. En el fútbol, como los otros deportes, siempre existirá un ganador y un perdedor, un vencedor y un derrotado, un triunfador y un desolado.
El fútbol es una especie de mundo en el que dos ejércitos que representan heroicamente a sus pueblos luchan por ver quien es el mejor, por ver quien alzará la mano en señal de victoria mientras que rival llora amargamente el final del combate.
Los aficionados viven dentro de este mundo, este estilo de vida que no promete más alegrías que tristezas parece no importarle a las personas que tienen tatuada en el corazón el escudo de su amado equipo al cual juraron lealtad eterna. Es una divina condena que están dispuestos a vivir.
¿Que nos hace apasionarnos tanto por esa pelotita que rueda en un campo? No lo sé, aun me pregunto por qué ese deporte que parece tan sencillo resulta ser tan complejo y único que es difícil describirlo en una sola frase o en un libro.
La emoción previa a una final es indescriptible, un sentimiento que aumenta a la par de la expectativa cuyo único fin a veces pareciera alargar la agonía de una muerte segura. Cuando el arbitro, ese juez-verdugo-justiciero que curiosamente viste negro como si fuera el preámbulo de un sepelio anticipado, hace sonar sonar su silbato que da inicio a la guerra final donde 22 jugadores lucharán hasta el final y solo 11 escribirán su nombre en la historia donde se convertirán en ídolos que se mantendrán vigentes a través del tiempo, los corazones de cientos, miles y millones se sincronizan en un ritmo acelerado como si la vida dependiera del resultado final.
Cada falla, cada error, cada gol en contra son apuñaladas en el alma que sufre durante 90 minutos el peor calvario y si el condenado a morir tiene mala suerte, la agonía se alarga 120 minutos que parecen horas y, para los que hubieran preferido morir en los 90 minutos, hay un pena capital reservada, una tortura que rebasa toda lógica y compresión humana: Los penales.
Todos, en algún momento, están condenados a llorar, a sufrir, a padecer el amargo destino que la derrota final provoca. Incluso esos dioses del Olimpo que bajaron del cielo para enseñarle a los mortales a jugar fútbol, han derramado lagrimas que hacen dudar de su inmortalidad.
Al final del partido, con la derrota en la espalda como si fuera una loza, inicia el peregrinar de vuelta casa. Levantarse no es fácil, pero hay que hacerlo. Porque no importan las caídas ni las cicatrices, la promesa del cielo de la victoria permanece intacta, inmaculada, sagrada.
El fútbol es un deporte hermoso,único, maravilloso, perfecto. El fútbol es un deporte frío, cruel, insensible. Eso es el fútbol. Eso y más.
“Por cada día de pena, hay un día de gloria” Olallo Rubio