Te recuerdo cuando veo un perro muerto en la carretera

El reloj marcaba las nueve y veinte de la mañana cuando abrí los ojos y tu cara llego a mi mente casi instantáneamente, pero eso también se fue con la misma velocidad porque tu cuerpo se me apareció, con deseo y cosquilleo en mis calzones.

Tome mi celular del buro junto a mi cama que en ese momento parpadeaba porque había llegado un mensaje de texto. Espero que no sea una cancelación.

De: Héctor.  Llegaré media hora tarde.

Bueno, eso era de hecho una gran noticia porque tenía el tiempo encima y me había dado un pequeño margen más para ponerme lista.

Por fin me senté en el borde de la cama que se había quedado sin sabana. Yo creía que no había pegado ojo en toda la noche a causa de los nervios que me comían por dentro, pero la revoltura de las cobijas me decía otra cosa.

Me levante para ir a verme al tocador blanco que tenía a unos pasos. Mis pies sintieron el agradable frio del piso, esas últimas noches habían sido insoportablemente calientes y cualquier sensación de frescura se agradecía.

Por fin me puse frente al espejo y lo que ya estaba acostumbrada a ver desde hacía poco más de dos años me devolvía la mirada, pero esta mañana era diferente porque ni siquiera el cáncer había logrado que la emoción, mejor dicho la excitación, muriera.

El casi inexistente cabello, las ojeras bien marcadas, y ese color de piel que parecía más bien una fruta a punto de empezar podrirse estaban en total incongruencia con la sonrisa involuntaria que tenía, y que decir de la luz que creía muerta, estaba de nuevo iluminando mis ojos.

¿Lastima? Tal vez. Estaba acostumbrada a ella y no me importaba ni un poco que la lastima fuera el motor de ese día. ‘A la chingada’

Mi tocador está lleno de gorritos de lana. El que tenga cáncer no significa que empezara esa colección, desde mucho antes ya los tenía, me encantan y los prefiero sobre las pelucas que me pican y se ladean constantemente. Los gorros son suaves, coloridos y no tratan de ocultar lo que no se puede.  Son mi accesorio cancerígeno.

No sé qué calzones usar cuando abro el cajón y veo esa cantidad de ropa interior que parece toda igual, siempre uso blancos, pero a pesar de eso las figuritas hacen toda la diferencia. Los que tienen las pequeñas hojas verdes son los elegidos.

La blusa y el pantalón me dan prácticamente lo mismo. Hace tiempo que me rendí en la búsqueda de alguno que me quedara bien. Mi enfermizamente delgado cuerpo ya no puede lucir con nada, así que tomo una blusa azul rey y un pantalón ajustado (que no me ajusta  para nada) negro.

Cuando salgo de mi cuarto y el sol el ilumina mis ojos, no es más que una buena señal de lo que me espera este día. Mi estómago empieza a moverse de formas extrañas y aceleradas que al ir caminando por el patio de cemento no disminuyen.

Llego al baño y me empiezo a desnudar, no quiero perder más el tiempo. Abro unas tres vueltas la llave de la caliente y dos la fría. Amo el agua tibia, este baño no debe durar mucho.

Cuando vuelvo a tocar el agua y siento esa temperatura que amo, en mi mente se enciende bien iluminada la palabra del día: SEÑALES

Entro a la regadera y alzo la cabeza para que me moje la cara, los recuerdos son tan acelerados como los últimos años de mi vida. Eh recordado tantas veces cuando me dijeron que mis días estaban contados, que parece como si ya lo hubiera sabido desde siempre. Forman parte de mí. Ya lo acepte. Superado. Lo espero.

Y mientras el agua moja todo mi cuerpo volviste a llegar a mi mente. Moreno, alto y con ese cuerpo que me endurece los pezones.

Creo que todo hoy esta moralmente prohibido. ¿Será que dios disfruta de ver esto? ¿Sera que después de todo le encanta jugar con nuestras sexualidades y experimentar viendo como sus creaciones se dejan llevar por los placeres más antiguos pero que siempre parecen nuevos? Me gusta pensar que me está viendo.

Héctor, mi primo segundo es quien vendrá esta mañana. Me encanta, y cuando comenzó a visitarme hace unos meses para hacerme compañía, logro levantarme el ánimo, hacerme reír y mojarme cada vez que llegaba con esos pantalones que se le ven tan bien. Es genética, lo sé, desafortunadamente es del lado de su mamá quien es mi pariente político, por lo que yo no soy beneficiaria de tal regalo.

– ¿Esta segura?

– Tengo cáncer Héctor.

– Y ¿Eso qué? Eso se llama chantaje

– Lo es. Te estoy chantajeando.

Cuando su primera pregunta al proponerle que tuviéramos sexo no fue un incrédulo ‘¿Qué?’ supe que lo haría. Y tiene la razón. Por primera vez le estoy sacando provecho a esas celular defectuosas y si puedo hacerlo qué más da. Cuando estas muriendo la vida de hecho te da algo más en que pensar que en el los mandamientos de la ley de Dios. Te dice, y en lo que se ha convertido mi dicho personal: ‘A la chingada’

Al cerrar las llaves y sentir el frio me alegro. Me alegro porque oigo a mi papá despedirse, me oigo diciendo que sí, escucho la puerta abrirse y cerrarse y pongo la mano en mi pecho sintiendo mi acelerado corazón.

Todo estaba planeado para que llegara a las diez, pero por el mensaje de la mañana tengo cuarenta minutos más. Me abrazo a la bata y me pongo una toalla en la cabeza ¡Déjame! Hoy puedo poner una toalla donde yo quiera y nadie me puede decir que no.

Se supone que el tiempo pasara más lento, pero de hecho el haber estado veinte minutos sin darme cuenta sentada en la silla pensando estupideces, me sorprende.

Usare el cuarto de mi papá para cambiarme porque no huele a medicina y porque el si lo limpia. Al llegar me quito la toalla con un movimiento que me hace sentir la modelo mejor pagada de Londres. Dejo caer la bata lentamente hacia atrás cual zorra seductora y uso el espejo de mi padre de cuerpo completo para verme desnuda.

Tengo vello púbico. Le pregunte a Héctor antes de pensar en quitármelo y él dijo que le gustaba todo natural. Me rio al pensar que no le importe que casi no tenga cabello en la cabeza pero que le guste ‘ahí abajo’

Diez minutos. Me pongo el calzoncito que sé que no durara mucho puesto. El pantalón que como pensé me queda muy grande y la blusa, que de hecho me agrada la forma en que cae sobre mis hombros.

Por un momento olvido el dolor físico y me entrego a…

El timbre suena.

Es puntual, lo sabía. Como puedo me pongo unos tenis y camino rápido y sin correr a la puerta. Paso por la sala y antes de abrir me hecho un último vistazo en el espejo que esta junto a la puerta.

Cuando abro ahí esta él: Un chico de veinticuatro años, de 1.70 (cree que esta chaparro) moreno, de ese tono como café con leche. Cuerpo naturalmente fuerte. Lleva una playera gris de una tela delgada que se le ajusta al pecho, un pantalón azul marino y la hebilla del cinturón resalta.

Tiene cara de aparentar seguridad, pero como a mí, los ojos delatan sus verdaderos sentimientos, en su caso: nerviosismo

Lo hago pasar y le pregunto sin el menor interés de que responda que sí, si quiere ver la tele primero. Gracias a dios su respuesta es no.

Caminamos juntos sin decir palabra, sabiendo bien a donde vamos, no me interesa perder el tiempo. Tengo cáncer y me estoy muriendo ¿Ya lo mencione?

Cuando entramos al cuarto de mi papá, me siento en la cama con una agilidad que pocas veces uso. Él se queda en la puerta. Tal vez duda, tal vez se valla, pero cuando me ve directo a los ojos sé que se quedara.

Cuando se acerca no puedo evitar ver como se le mueve el paquete de la entre pierna y cuando llega frente a mí, tomo la hebilla y empiezo a desabrocharla, después el botón y finalmente el cierre que bajo intencionalmente lento para sentir su dureza.

No sé por qué, pero lo volteo a ver y sus ojos ya no tienen nerviosismo sino decisión y un poco de premura. Por un instante, al ras de su hombro, puedo ver el cristo que mi papá tiene frente a su cama.

Por un momento olvido el dolor físico y me entrego a mis fantasías, a mis descaros que no conocen enfermedad, ni daño ni remordimientos.

Y en paz, doy gracias a Jesús por morir por nuestros pecados, sin él, no estaría bajando ahora mismo ésta ropa interior.

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