En la vida hay un momento en el que te sientes decaído, sin motivos, que estás hasta la coronilla, que sientes que te lleva la que te trajo, de esas veces que andas bien tristecillo.
Y no quieres contarle a nadie porque sabes que te echarán sus pláticas estúpidas “motivacionales” de las cuales estás harto, porque todo el mundo te las repite una y otra vez. Estás harto de esas personas que te dicen “ánimo, échale ganas, aquí ando” (gran consejo genio, yo pensaba quedarme triste toda la vida) o cosas así cuando en realidad la mayoría de las personas que te dice eso, no les interesa tu situación realmente, a veces sólo quieren saber que tienes y ya; por simple curiosidad.
Y el motivo por el cual estás harto de esas platicas, es porque tú sabes que puedes, tu sabes que eres capaz, sabes que puedes hacer cosas que la gente ni siquiera se imagina; pero el detalle aquí es que tu NO quieres, porque estás cansado, porque no tienes ganas de hacerlo, y es muy simple. Una cosas es poder y otra cosa muy distinta es querer.
Existe el miedo a la obscuridad, a las arañas, también el miedo a las alturas e incluso yo vivo con el temor de que Arjona y Maná hagan una canción juntos; pero uno no de los mayores miedos de las personas es la soledad; y es que hay días, hay veces en los que uno se siente tan solo aunque esté rodeado de miles de personas, es de esa soledad tan fría que congela y con cada latido del corazón sientes que te rompes poco a poquito. De esas veces que te sientes tan insignificante, tan pequeñito, tan invisible… Pero es ahí, cuando más solo te sientes, cuando más perdido estás, cuando más frío, obscuro, resbaloso y sucio es el hoyo de tristeza en el que has caído, en donde te das cuenta de que en realidad no estás solo, nunca lo estuviste y nunca lo estarás porque al final de todo, siempre te tendrás a ti mismo. Porque la verdadera soledad es cuando nos perdemos a nosotros mismos.
Recomendación musical:
@MeLlamoTonatiuh
